Buenas tardes,
Hoy he venido a hablaros del curso 2010/2011. Ése que empezó mal y acabó igual. Sé que ese curso se corresponde con la vida de este blog y que raramente escribía algo que diera la impresión de ser triste o desmotivado. Pues bien, solía estarlo secretamente, lo que no sabéis es que soy una superheroína y lograba sacar las ganas exprimiendo las piedras.
Todo el verano pasado estuve deseando la llegada de Septiembre, Sevilla, la Universidad, los nuevos compañeros, el Marshall Eriksen que debía aparecer el primer día en la facultad, la independencia, aires que nunca había probado. Quería todo eso y lo quería tanto que se me olvidó que no lo necesitaba. Lo agarré todo y una vez en mis brazos, me gobernó la sensación de que me daría igual soltarlo. Aún así seguí con mi nuevo equipaje un tiempo, hasta que esa indiferencia empezó a quemar, y pasé a querer soltarlo. Una tarde, la tarde que menos esperaba, empecé a necesitar soltarlo. Abrí los brazos y dejé todo caer, orgullosa porque creía equivocadamente que me había deshecho a tiempo de todo aquello.
Tenía esguinces en los huesos de sostener todo aquello que no necesitaba, y esperaba inocentemente que lo que necesitaba estuviera aún ahí, dispuesto, deseoso vendarme las articulaciones. Como la niña pequeña que abandona sus juguetes y sabe que estarán ahí cuando le apetezca volver a jugar con ellos. Mal pensado, porque ya no estaban, porque eran personas y no juguetes.
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