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viernes, 4 de mayo de 2012
Una pesadilla a lo Eisenstaedt
El otro día soñé algo terrible. Soñé que el país requería a mi hombre para defender ideas de otros. El estar de acuerdo con ellas o no era irrelevante para él, decía que cuanto antes acabara todo, mejor, y con él en las filas de batalla todo acabaría antes. Que tuviera, en el fondo, razón, sí que era irrelevante para mí. Qué más da que fuera un joven sano y fuerte, los aviones se oían a todas horas y él no podría abrazarme. ''Lo hago para protegerte'' y sostenía esos brazos míos que forcejeaban para darle una bofetada. Yo quiero que me protejas aquí, que me tapes con tu abrigo si hace frío y que me sostengas si mis tacones se rompen entre los guijarros de las callejuelas. Tan lejos de mí no haces más que provocarme problemas. A ver cómo voy a hacer cosas básicas como hacer la compra si al ver tu helado favorito en los estantes me voy a poner a llorar. Cuando estabas cansado o triste, te compraba conos de fresa y nata para animarte y te los llevaba a casa. ¿Cómo voy a hacerlo si te vas a matar soldados? ¿eh? ¡Dime!. Otro intento de bofetada. Me retuerce el brazo y se acerca. Vuelvo la cara. Un beso robado. No quiero responderlo, no quiero. Que necesite dárselo es otra cosa, pero no se lo merece, mucho menos si piensa dejarme sola pensando en: ''Ya debe estar de vuelta''. Acabo devolviéndole el beso. Acabo besándolo tan fuerte que anulo toda posibilidad de movimiento en su cuello. ''Hoy voy a ponerme guapa, porque seguro que regresa después del té'', pero no será verdad. Y estaré guapa y arreglada todos los días, ''por si...''. Tanto, que todos los hombres asmáticos y de pies planos que se quedaron en tierra se enamorarán de mí. Pero yo ya no seré yo, ni mis labios con carmín serán mis labios. Dejaron de serlo cuando en verano me robaste un beso que esa vez no tardé en devolver. Si te vas tan lejos con mis labios, ¿cómo pretendes que hable? Me quedaré muda y solo sabré esperar. Porque sé que volveras con 10 medallas y cuatro rangos más del que tenías cuando te marchaste, pero no me gusta esperar. Como esa vez que te di tu regalo de cumpleaños un mes antes. ¿Volverás por mi cumpleaños? ¿Me devolverás mis labios para decirte: Llegas tarde? ¡No respondes! Eso es porque no sabes la respuesta, y cuando se trata de alguien que siempre tiene una respuesta, el silencio debe dar miedo. Así que lo siento, vida mía, pero tú te quedas aquí a mi vera, donde yo pueda verte.
Te vestirás de soldado e irás a la estación. Te permitiré eso porque me hace ilusión acompañarte vestida con mis mejores galas, maquillada con el más rojo pintalabios y peinada con rizador. Rimmel no, que no quiero parecer un oso panda cuando subas al tren. Un pañuelo blanco para secar las lágrimas y un abrigo azul. Es tu color favorito. Porque tienes que recordarme preciosa. Te daré un sobre que encierra una foto mía con poca ropa y sonrisa pícara, pero te susurraré al oído que no lo abras hasta que estés en el tren.
Y hasta ahí puedo decir. No te dejo llegar más lejos. Antes de que el tren desaparezca por el horizonte, deberás saltar, correr hacia mí y levantarme del suelo de un abrazo. Si no lo haces, moriré de hambre, porque recuerda que tienes mis labios, y sin ellos no puedo comer conos de fresa.
Un besito en la nariz.
Blanca, que sueña cosas feas.
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