Quien soy en realidad es algo que ni yo sé siquiera. Mis secretos más profundos, mis deseos y temores, el interior del corazón, es algo que no me gusta dejar salir muy a menudo por las vías convencionales. Y es que no será mi boca la que pregone el contenido de estas oscuras cavidades.
Mis mejores confidentes son la barra y la ducha. La barra porque solo ella conoce mi trabajo, mi persistencia, mi desesperación. La ducha de mi casa, que no cualquiera, es la que más datos tiene de mí para crear un perfil robot de mi persona.
En silencio, mi cuerpo le va susurrando secretos que solo ella conoce. Que mientras se calienta el agua, permanezco un rato callada, quieta, desnuda, mirando mi reflejo en el espejo, intentando reconocerme. Que me encanta hacerme y deshacerme roetes con el pelo mojado cuando estoy bajo ella. Que a veces tengo que enjabonarme varias veces el pelo, porque me paso tanto tiempo mojándolo que el champú pierde su efecto. Que me relaja abrir los labios y sentir el calor del agua en la boca. Que incluso en el más arduo verano, tiene que estar hirviendo. Que puedo permanecer horas con los brazos cruzados, sintiendo el agua golpear mi cabeza, mis hombros, caer por todo mi cuerpo en cascada. Que utilizo el lavabo como barra mientras me seco. Que los mejores grand ronde de jambe me salen en ese momento.
Realmente son estos datos los que pueden aproximarte más a mi substancia, a lo que permanece intacto en mí, más allá de toda constricción social. Estos detalles, y no las cifras, son las que te llevarán a la verdad. Los números siempre se toman en serio, pero nunca nos dicen lo que realmente importa saber acerca de algo. Porque el concepto de verdad ha de cambiarse, pregúntale a mi ducha si quieres conocerme.
Un beso, desde la ducha, en la nariz.
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