Si hay algo que no le puedo reprochar a Nietzsche, es eso de que entendemos mejor mediante metáforas. Pero metáforas de verdad, no como éstas:
Ismael, un compañero de la facultad que quizá nunca lea esto, encontró el otro día uno de esos símiles que coinciden en absolutamente todo, una metáfora perfecta. Seguro que estaréis de acuerdo con ella cuando os la exponga. Dice así.
Todos tenemos en nuestra vida una persona cuyo carril se separa del nuestro únicamente por una línea discontinua. Como sabréis si tenéis nociones básicas de educación vial, las lineas discontinuas permiten atravesar de un carril a otro. Esa persona puede meterse en tu carril, y tú en el suyo.
No es como esas personas que ponen quita-miedos de los que cortan miembros del cuerpo, franqueando su carril. El problema de la línea discontinua es que siempre hay movimiento, cambio, a veces vais por vías distintas y otras váis matrícula contra parachoques. Esperemos que con tanto pasar por encima, los neumáticos borren la línea por muy discontinua que sea, y acabemos en un mismo carril, solo que más ancho y más libre, ocupando el lugar que antes ocupaban dos.
Un besito en la nariz
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