He descubierto por qué siempre tengo frío en Sevilla, y no es por los 4ºC del otro día. Es un frío distinto que no se nota en la piel, sino dentro, mucho más dentro. Es un frío nuclear que no se puede evitar con mantas.
No entendí lo que era un hogar hasta que no sentí ese frío tan extraño del que ahora estoy a salvo. Y es que en Sevilla miro por la ventanilla del coche y no conozco a la gente. Vuelvo a casa y todo cambia.
Los rostros de los caminantes son familiares y cálidos. Como siempre, hay galletas encima del microhondas. Cuco arrastra ruidosamente su cuenco para recordar que tiene hambre, y en la ducha sigue cayendo el agua con exactamente la misma intensidad.
Mi padre sigue tumbándose en el mismo sitio del sofa, con el mismo cansancio, con la misma harina manchando la misma ropa. El centro de flores de la mesa del salón, está en cualquier sitio de la casa menos en el suyo, por supuesto. La cómoda del pasillo sigue guardando esa fragancia que fue encerrada hace tiempo. La mesa está llena de miguitas de pan. El dvd del ballet 'Giselle' sigue debajo de la tele, para que sea fácil encontrarlo y ponerlo cuando se necesite.
Clarita sigue igual de pava, Vicky igual de diferente. Yuste y Galán siguen con ese mismo aire bohemio, Ali es tan gentil como siempre. Los abrazos de Enrique cuando lo veo por la calle me devuelven ese calor que se me pierde en Sevilla.
Allí todo cambia, se mueve, es inestable, inesperado. Te pierdes entre tanto devenir y luego vuelves a casa, y todo te espera tal y como lo dejaste. Como una dimensión propia que te recuerda quién eres y cómo has llegado a serlo, cuando fuera todo parece empeñado en confundirte.
Aquí todo es evidente, todo es claro. No hay que pensar, sólo cerrar los ojos.
Un beso en la nariz. No esperéis a navidad para volver a casa.
Blanca
Sin palabras. Recordando nuestra charla de esta tarde. Pensaba que solo yo podía sentirme así... A veces no pienso en lo mucho que os necesito todavía.
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