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miércoles, 1 de junio de 2011

La segunda parte de las aventuras de Petalito de Lirio

Me gustaría poder deciros que un príncipe azul trepó su torre para rescatarla del silencio. Sería bonito que apareciera un hada con nombre de flor que le concediera un deseo. El hada de los girasoles, por ejemplo. Pero nada de esto sucedió. Petalito de Lirio era más bien un personaje de los hermanos Grimm sin filtrar por la censura.

Lloró un tiempo, pero cuando se cansó empezó a pensar. Si el baúl de sus sueños estaba cerrado y no podía sedarse mirándolo, ni a su alrededor había consuelo, la solución era fácil. Estaba en sus manos, y no en la de ningún principe o hada madrina, la de convertir su mundo real en un mundo de ensueño. Trabajó. Trabajó mucho, dejó a un lado muchas tentaciones. Aprendió a cerrarlas cuando se abrían a su paso. Y de tanto trabajar y cerrar puertas, consiguió que aquello que vió en el baúl de los sueños se trasladara a la realidad.

Todo lo que pudo haber sido, era. Y, además, mientras cerraba el cajón de ''no trabajar y parar a descansar'', se dio cuenta de algo. Su madre había regresado en cierto modo, estaba en los cambios que habían surgido en su ausencia. Estaba en cada vez que Petalito de Lirio cerraba una puerta.

En ese momento supo que si quisiera mirar el interior de su baúl, solo tendría que mirar alrededor. Ya no estaba sola, ya no había silencio, ya bajó de su torre y cumplió sus sueños. Es feliz.

Estaría bien que apareciera un príncipe, lo sé. Ninguna historia es bonita sin un príncipe. Pero esta aún no ha acabado, y me gustaría pensar que aún hay personajes esperando entre bambalinas para formar parte de este cuento. Petalito de Lirio aún está en el camino.

Un besito en la nariz.
Blanca.



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