Scarlett Johanson tiene unos labios preciosos, Natalie Portman está buenísima y ''vaya culo que tiene la chica de ahí al lado''. Son cosas que oigo a todos los chicos comentar alguna vez. Yo, que siempre fui del montón, nunca me extrañé de no estar presente en esos comentarios. De hecho, no creo haberlo intentado nunca.
A veces, antes o después de la ducha, me paso un ratito mirándome al espejo: mis defectos, mi pelo sin arreglo, el ancho de mis hombros, la forma indiferente de mis caderas. Y, de vez en cuando, muy de vez en cuando, veo un atisbo de belleza, un reflejo que por un instante me gusta y me hace sentir bonita.
Es entonces cuando me asalta la duda de si estoy desperdiciando mi juventud en una ideología y un estilo de vida que no me deja tiempo para flirteos. Quizá debería llevar más escote, faldas más cortas, tacones. Quizá debería maquillarme, o tomar más el sol.
Cada día escucho a chicas hablar sobre sus experiencias amorosas en ámbitos espirituales y físicos. Más bien físicos. No tengo tiempo para aprenderlos de primera mano, y no sé si algún día alguien me deseará como desean a esas chicas ávidas de más. ¿De más qué? De lo que sea... Yo aún, no lo sé.
No soy Natalie Portman, Scarlett Johanson, ni Audrey Hepburn. Me llamo Blanca y no soy la clásica chica sobre la que los chicos hacen comentarios de tipo adulador. A veces parezco guapa, pero no hay tiempo para demostrarlo. Da la impresión de estar tirando algo por la borda.
Podría morir mañana, y esos destellos de belleza se perderían en el espejo en el que tantas veces me observo, buscando algo que me diga cosas de mi identidad. Cosas que aún no sé. La juventud es fugaz y quién sabe si alguien saboreará la mía, cuando no llevo escotes, ni mini faldas, ni maquillaje. Cuando no salgo tanto como otras, porque tengo que estudiar, o porque tengo clases de ballet hasta tarde.
Pero después de pensar en todo eso, descubro que mi identidad no está en ese deseo primitivo con el que un amante devora a su amada. Lo que soy no va a aparecer es los rasgos de feminidad que refleja un espejo.
Soy esa sensación que tuve el jueves, encima del escenario. Soy la música, el movimiento, el vestuario, las luces y los aplausos que vienen después. Porque no me hace falta ser deseada ni adulada,
solo necesito esa preciosa sensación para ser feliz. Y lo soy, aunque el precio a pagar sea la fugacidad de mi belleza juvenil.
No tengo tiempo para maquillaje, tacones y peluquería. Mi tiempo es para cultivar mi felicidad.
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